A lo largo de la historia de los diferentes países siempre se observan diferentes dilemas nacionales de cuyo resultado depende en mucho el devenir histórico y, especialmente, los cambios estructurales en instituciones, élites y políticas a desarrollar. Uno de los grandes procesos de buena parte de los países europeos fue la revolución liberal, que enfrentó dos concepciones muy diferentes acerca del modelo de sociedad. Estados Unidos, al nacer más de la filosofía que de la historia (entiéndase en su justo término la expresión, no seré yo el que defienda que la historia no modula el desarrollo del gigante norteamericano), no tuvo que atravesar dicho dilema, y, por ello, ha vivido otros muy diferentes en su historia, como el papel de la Federación frente a los Estados o el grado de intervención del Estado en la vida de los ciudadanos. Pero quizá el que más le diferencia de otros países no es otro que el dilema acerca del rol que Estados Unidos debe jugar en el mundo.

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Dado que el nacimiento estadounidense es una reacción a sucesos externos y su evolución como país se vio sometida a grandes procesos de expansión hacia el oeste y conquista territorial, además de verse claramente influida por su distancia geográfica de Europa y sus colonias no americanas, en principio la clase política de Estados Unidos se mostraba remisa a actuar fuera de sus fronteras, en tanto buena parte de los Founding Fathers consideraba fundamental para el desarrollo de la nación, cuando no para la mera supervivencia, crecer al margen de los embrollos diplomáticos, militares y dinásticos del resto de potencias europeas. Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, sintetizaba eficazmente la idea aislacionista en una frase de su discurso de toma de posesión como Presidente en marzo de 1801: “Paz, comercio y amistad honesta con todas las naciones, sin forjar alianzas con ninguna“. La célebre doctrina enunciada por el Presidente Monroe, quinto Presidente, proclamaba que Estados Unidos sólo intervendría en el exterior cuando sus intereses cercanos fuesen amenazados, permaneciendo ajenos a los sucesos europeos. Así, un gran período que abarca gran parte del siglo XIX y la primera parte del XX transcurrió como una época de querellas internas raramente internacionalizadas (el caso de la Guerra de Secesión es un ejemplo de intento de internacionalización del conflicto que finalmente no tuvo lugar), de desarrollo político, social, demográfico y, sobre todo, económico, durante el cual un inmenso territorio fue unificándose y acabó por convertirse en la principal potencia económica mundial.

La historia, a partir de 1914, es bien conocida: Estados Unidos, presidido por un demócrata creyente en el internacionalismo, Woodrow Wilson, acabó entrando en la contienda bélica mundial en 1917, del lado de Gran Bretaña y Francia, con un resultado favorable. Tras la I Guerra Mundial se procedió a una vuelta al aislacionismo, que, afectado por la Gran Depresión y por la llegada de la Administración de Franklin Delano Roosevelt en 1933, no pudo sostenerse tras el frontal ataque que supuso el bombardeo de Pearl Harbour por parte de Japón en 1941. La devastación de Europa tras la II Guerra Mundial y el auge relativo de la URSS hicieron que Estados Unidos no abandonase su posición de superpotencia mundial, inaugurando la etapa de enfrentamiento bipolar que conocemos bajo el nombre de Guerra Fría. Con la caída de la URSS en 1991, y tras diferentes etapas en las que el enfrentamiento nuclear directo entre ambas superpotencias estuvo cerca de producirse, las ideas de una nueva Pax Americana y del fin de la historia de Francis Fukuyama proponían una narrativa sustancialmente diferente: Estados Unidos ha triunfado en la contienda global, y está llamado a gobernar la globalización, una visión que los republicanos exacerbarían al máximo al ubicarla en un unilateralismo preventivo, como el practicado por la Administración de George W.Bush, frente a una visión demócrata más tendente al multilateralismo. El aislacionismo, desde F. D. Roosevelt hasta Barack Obama, jamás ha sido una carta a jugar por las sucesivas administraciones americanas, de un color político u otro.

Pero la raíz del aislacionismo sigue existiendo, y en los últimos tiempos está haciéndose muy presente en el debate público americano dentro de las filas del Partido Republicano. La posición intervencionista en el exterior, muy defendida desde la Guerra Fría por amplios sectores del partido, que habían tenido la oportunidad de practicar desde la administración a través de las figuras de Donald Rumsfeld (Secretario de Defensa de los Presidentes Ford y Bush hijo), Dick Cheney (Secretario de Defensa del Presidente Bush padre y posteriormente Vicepresidente de Estados Unidos) y otros oficiales del Gobierno, respaldados por una amplísima literatura científica en la materia (Kagan, Fukuyama, y otros asociados, más o menos directamente, al movimiento neoconservador) empezó a verse cuestionada a partir de 2006, cuando, en la ola demócrata de las mid-term elections de noviembre los republicanos perdieron la mayoría en ambas Cámaras del Congreso, comenzando así a derrumbarse la presidencia de G. W. Bush. Movimientos intelectuales que se ubicaban en aulas universitarias, libros de diferente pelaje y diversos oradores por todo el país encontraron un magnífico altavoz: Ron Paul, congresista republicano por Texas, candidato en las primarias republicanas a la Presidencia en 2008 y 2012.

Visto a priori como un candidato endeble en ambas convocatorias (en 2008 tenía 73 años, no era un popular Senador ni un Gobernador, no había ocupado puestos relevantes de responsabilidad en ninguna de las ramas del Gobierno) frente a grandes figuras como el Senador McCain (candidato finalmente en 2008, héroe de guerra y defensor del rol exterior de EEUU), Mike Huckabee (antiguo Gobernador de Arkansas), Rudy Giuliani (alcalde de New York), Mitt Romney (antiguo Gobernador de Massachussets y candidato a la presidencia en 2012), Rick Santorum (antiguo Senador de Pennsilvania) o Newt Gingrich (antiguo Speaker de la Cámara de Representantes y líder intelectual de la revolución conservadora de 1994), Ron Paul supo tejer redes de activistas de base, cuya alta motivación provocó que resultase el último candidato en rendirse, a pesar de las nominaciones de McCain y Romney. No en vano, su discurso conservador-libertario, contrario a la existencia de la Reserva Federal, a la pertenencia a la ONU o a la OTAN y favorable a la liberalización de las drogas o a cuestiones relativas a la homosexualidad, obtuvo mucha resonancia en parte de las bases republicanas: en 2008 quedó segundo o tercero en 17 Estados, y en 2012 consiguió muy buenos resultados (primer puesto según un reparto propocional de delegados en primera votación) en Iowa, Maine, Minnesota o Louisiana, sin apoyo del stablishment del partido, modificando buena parte de la political platform del GOP.

Su retirada en 2013 no ha caído en saco roto: el aislacionismo sigue vivo, gracias a que las bases republicanas, especialmente ciertos sectores del Tea Party, han promocionado a diferentes candidatos, generalmente Representantes (como Justin Amash, de Michigan), y han hecho que algunos Senadores que ya estaban en sus cargos viren sus posiciones. Además, su hijo, Rand Paul, que es uno de los nombres más citados en todas las encuestas para ser candidato a las presidenciales de 2016, obtuvo en 2010 un escaño al Senado por Kentucky, y defiende ideas similares a las de su padre, moderadas y tamizadas, más digeribles para el conjunto de la ciudadanía pero desde coordenadas muy conservadoras. Cuenta con el respaldo de diferentes Senadores conservadores, como Mike Lee de Utah (favorito del Tea Party), Jerry Moran (Kansas) o Ted Cruz (Texas), que suelen constituir una minoría dentro de la bancada republicana en el Senado y se oponen a las tesis mayoritarias del grupo en múltiples ocasiones, tratando de bloquear las nominaciones que Obama propone y rechazando los pactos bipartitos para sacar adelante leyes como la Ley de reforma integral de la inmigración, arrastrando en ocasiones a buena parte de sus colegas. El pasado 31 de julio, el Senador Paul ha llevado a votación la pretensión de acabar con la ayuda económica y militar a Egipto, como ya intentase el año pasado con Libia o Paquistán, y ha perdido, pero con apoyo de otros 12 senadores. Además, sus pretensiones ideológicas se teme que puedan quebrar las oportunidades de futuro del partido: Chris Christie, Gobernador de New Jersey y al que los moderados del partido miran como su mirlo blanco para las presidenciales de 2016, ha dicho que su visión de la política exterior es peligrosa para EEUU, como respalda también Inhofe, Senador por Idaho y líder republicano en materia exterior del Senado. El propio McCain ha dicho que elegir entre Rand Paul y Hillary Clinton (a la que alaba por su gestión como responsable de la diplomacia estadounidense) es una dura decisión, a pesar de estar hablando de elegir entre una demócrata liberal y un republicano, lo que manifiesta la voz de los moderados del partido.

La batalla para la nominación republicana en 2016 está más viva que nunca, y está tomando una dimensión ideológica que puede hacerla más interesante de lo que ya suele ser, si cabe. Pero todavía quedan más de dos años para que empiece formalmente el proceso de primarias. Mientras tanto, tendremos la oportunidad de seguir analizándola con el gran preludio que serán las mid-term de 2014. No obstante, parece que el aislacionismo ha vuelto al debate, en un claro ejemplo de eterno retorno, y esta vez para quedarse.

José Antonio Gil Celedonio