¿Qué ocurrirá en la política francesa en los próximos meses y años? ¿Debe temer Hollande una seria alternativa de Gobierno por parte de sus adversarios políticos para 2017?

La Unión por un Movimiento Popular (UMP), el principal partido del centro-derecha francés, no está mucho mejor que el gobernante Partido Socialista. La UMP sufrió una fratricida guerra interna tras el congreso abierto de noviembre de 2012, en el que Jean-François Copé se alzó con la victoria por apenas unos votos de diferencia frente al ex primer ministro François Fillon. Pero ni siquiera se sabe si Copé acabará siendo candidato a la Presidencia en 2017; sobre todo porque Nicolas Sarkozy ha dejado entrever en alguna comparecencia pública que está dispuesto a ser el aspirante de su partido en tres años y medio (las elecciones presidenciales se celebran cada cinco años) para tomarse la revancha de su derrota de 2012: el anterior inquilino del Elíseo está convencido que si entonces perdió por apenas tres puntos de diferencia, ahora ganaría a Hollande… y las encuestas, por cierto, le dan la razón. Por su parte, Fillon ha dicho que no piensa rendirse y con demasiada precipitación, ha anunciado que se presentará con independencia de lo que haga el hombre que le nombró inquilino del Hôtel de Matignon y al que ha dirigido duras críticas desde que abandonó el poder. Por ende, el centro-derecha francés puede volver por donde solía: a su tradicional cainismo y división, si finalmente Sarkozy y Fillon deciden presentar sus candidaturas por separado. Es más, hace varias semanas Le Nouvel Observateur anunciaba que Sarkozy no descartaba crear una nueva formación política a su medida para evitar concurrir a las primarias de la UMP. Por su parte, el centro político promete volver con fuerza después de la coalición electoral que han acordado para próximos comicios el MoDem de François Bayrou y la UDI de Jean-Louis Borloo, ex ministro de Sarkozy. Igualmente, en la izquierda tampoco despegan los ecologistas –por su presencia en un Gobierno cada vez más impopular- ni el Front de Gauche de Jean-Luc Mélenchon, que apenas recoge unos pocos votos pese a la dura oposición que hace a Hollande y al Ejecutivo.

¿Y quién es el máximo beneficiado de la actual situación política en Francia? Sí, el lector lo ha podido adivinar: el Frente Nacional (FN), el partido de la ultraderecha, dirigido por Marine Le Pen. Le Pen ya dio la campanada en los comicios presidenciales de 2012, en los que fue la tercera candidata más votada, con un 18% de sufragios –varios puntos por encima de lo que logró su padre en 2002, cuando pasó a la segunda vuelta y provocó un terremoto político en Francia-. El FN ha ganado varias elecciones parciales en 2013 y es ya la primera fuerza política en intención de voto para los próximos comicios al Parlamento Europeo, que se celebrarán en mayo de 2014. Además, Marine Le Pen es la dirigente de la oposición más popular entre los franceses. ¿Cuáles son las causas para que uno de los países con más prolongada tradición democrática del Viejo Continente se eche en brazos del “huracán Le Pen”? La grave crisis de valores que atraviesa la política francesa, el profundo estancamiento económico, los crecientes problemas y desigualdades sociales –especialmente en el norte del país, el principal feudo del FN-, la falta de credibilidad y progresiva desafección de la ciudadanía hacia los partidos tradicionales, así como la retórica populista, anti-europeísta, anti-capitalista y anti-inmigración, y un progresivo proceso de “normalización y desbanalización” del FN –al que ha contribuido el “lavado de cara” auspiciado por la propia Le Pen, con un discurso sin variaciones en el fondo pero sí en la forma- explican este hecho, preocupante dentro y fuera de las fronteras de Francia. Sólo las declaraciones abiertamente racistas y xenófobas de algunos de los dirigentes del FN –y de algunos de la UMP, también- contra la ministra de Justicia, Christiane Taubira, de origen franco-guayanés-, han aminorado la presumible “luna de miel” que la ultraderecha francesa parece tener con la comunicación política del país galo.

Francia tendrá una doble cita con las urnas en 2014: elecciones municipales en marzo y comicios al Parlamento Europeo en mayo. No se prevé en las primeras una “marea azul” ni un duro castigo a los socialistas, que, según todos los sondeos, conservarían las dos Alcaldías más importantes en sus manos: la de París –en este caso, ganaría Anne Hidalgo, de origen español- y Lyon, mientras que la batalla podría centrarse en Marsella –el alcalde, el veterano Jean-Claude Gaudin, lleva desde 1995 en el cargo, quiere presentarse a la reelección pero la ciudad atraviesa una grave crisis económica y una más preocupante ola de inseguridad ciudadana-. La clave estará en saber si en los comicios al Parlamento Europeo, los franceses –que se han abstenido de forma importante en las dos últimas citas- castigarán en las urnas la gestión de Hollande; todo apunta a que sí, siendo en ese caso la gran beneficiada Marine Le Pen y su FN. Ello no quiere decir que Marine Le Pen alcance algún día su sueño de llegar a ser la Presidenta; el “frente republicano” le cortaría el pasó, tal y como pasó en 2002, cuando hasta la izquierda comunista llamó a votar por Chirac. Pero ya dichas posibilidades de victoria son todo un síntoma a analizar: una de las naciones fundadoras del proceso de construcción europea puede ver cómo un partido abiertamente eurófobo y de extrema derecha acaba ganando los comicios a la Eurocámara en su territorio.

Pero, en resumen, ¿qué pasará con Francia y Hollande? Aunque tres años y medio son un mundo en política, podemos decir que las ya de por sí difíciles opciones de reelección del actual presidente de Francia –si decidiera presentarse- dependen de dos factores. El primero de ellos, el desarrollo de la crisis económica. El país galo va saliendo progresivamente de la recesión pero la recuperación se prevé lenta, al igual que la creación de empleo; asimismo, todavía quedan pendientes por hacer muchas reformas estructurales que devuelvan a la quinta potencia económica del mundo a la senda de la competitividad. Hollande tiene muy difícil remontar una popularidad tan baja, porque, entre otras cosas, carece del carisma y el liderazgo que poseía François Mitterrand. Pero sus posibilidades de victoria dependerían de quién fuese el candidato de la derecha, que puede acudir fragmentada. Porque no es descartable que puede darse un “efecto 2002” pero al revés: todas las encuestas daban por hecho que Jacques Chirac perdería frente a Jospin pero la división en el campo izquierdista penalizó al entonces primer ministro socialista y el que pasó el corte fue Jean-Marie Le Pen. Amén de una posible recuperación económica, Hollande podría cesar al Gobierno y, en base a la cómoda mayoría de la que goza en la Asamblea Nacional, nombrar un nuevo jefe del Ejecutivo; Manuel Valls, titular de Interior y ministro más popular, suena como posible nuevo inquilino de Matignon en sustitución de Jean-Marc Ayrault, que pese a su buena gestión como alcalde de Nantes, no ha mostrado apenas capacidad de iniciativa en su año y medio en el cargo de primer ministro de Francia. Una revigorización de economía y de la acción gubernamental en París podría hacer recuperar a Francia el gran potencial que, por cuestiones internas y por la inexpugnable fortaleza de Alemania, ha terminado de perder en los últimos meses en la Unión Europea, lo cual traería efectos positivos en el club de los Veintiocho. Así pues, pese a que no llegó en loor de multitudes y fue principalmente la “ola anti-Sarkozy” la que le aupó al poder, los sondeos y las percepciones de sus compatriotas indican que el actual presidente de la República Francesa ha dilapidado buena parte de su capital político en sus casi dos años de estancia en el Palacio del Elíseo de París. Por ende, cabría preguntarle a él mismo… Quo Vadis, Monsieur Hollande?

Francisco José Rodrigo Luelmo