¿Podemos apostar por la Eurozona?
Es cierto que en los últimos años la Eurozona ha pasado por momentos de grandes dificultades, pero parece que el año 2013 ha servido como punto de inflexión.
Éste ha sido un año relativamente favorable a la recuperación, gracias a lo cual los riesgos ligados a la construcción europea parecen difuminarse poco a poco, si bien sólo es el comienzo de un largo camino hacia la vuelta a la normalidad. Hace varios meses que se observa una clara tendencia a la mejora en un amplio abanico de indicadores económicos de la Eurozona, y si bien esto no garantiza que los problemas estén resueltos, al menos sí podría indicar que tal vez quedó en el pasado la peor etapa de la crisis. Así, la reducción de los problemas económicos en los países de la Eurozona, especialmente los del sur de Europa, o la reducción de la aversión al riesgo han sido factores determinantes para comenzar a ver la luz al final del túnel pero, ¿realmente podemos apostar por la Eurozona?
El pasado 1 de enero de 2014, Letonia se convirtió en el decimoctavo país de la Unión Europea en adoptar el euro. “Es un gran acontecimiento, no sólo para Letonia, sino para la propia zona del euro, que se mantiene estable, atractiva y abierta a nuevos miembros”, recalcó entonces el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, en su mensaje de felicitación a los letones. Letonia, de apenas 2 millones de habitantes, siguió así los pasos de su vecino del norte, Estonia, que adoptó el euro en 2011, en los peores momentos de la crisis. A su vez, Lituania, otra nación del Báltico, está trabajando para ingresar en la Eurozona en 2015. ¿Pero tiene alguna ventaja integrarse en unos momentos tan convulsos para la moneda común?
Con la llegada al gobierno letón del ya ex Primer Ministro, Valdis Dombrovskis, que dejó el cargo pocos días después de la entrada en el euro, Letonia se decidió a reunir los requisitos para llevar a cabo la integración, a pesar de ser uno de los países más afectados por la crisis que estaba asolando Europa. A cambio de un rescate del Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea por 7.500 millones de euros, el gobierno se negó a devaluar la moneda y Letonia vivió un período de austeridad comparable sólo al sufrido durante su pasado soviético. Igualmente, despidió a un tercio de los empleados públicos, recortó los salarios de los restantes un 40%, elevó la edad de las jubilaciones con efecto inmediato y aplicó gran cantidad de nuevos impuestos. Pero con ello consiguió reducir el déficit público del 8% al 1,2%, por debajo del límite establecido por Bruselas, y desde 2011 el país ha crecido en torno al 5% anual, haciendo de Letonia el ejemplo más citado como modelo de los beneficios de la austeridad. Un enorme sacrificio… ¿para unas no tan claras ventajas?
Si bien la reciente crisis de la Eurozona ha demostrado claramente que el mero hecho de introducir la moneda común no es una garantía de bienestar y de crecimiento económico, en realidad son muchas las ventajas de la introducción del euro para un país. Los nuevos miembros del club pueden gozar de muchas ventajas como la estabilidad de precios, más comercio transfronterizo e internacional, un mercado más transparente y competitivo, aumento de las inversiones extranjeras, así como la posibilidad de pedir prestados fondos a tipos de interés más bajos, entre otros muchos más factores. Además, la decisión de adoptar el euro es, para cualquier país europeo, un compromiso de cambio y modernización de las instituciones socioeconómicas. Vivir y competir en la unión económica y monetaria sólo es posible si el país que se adhiere lleva a cabo una completa reforma de sus mercados y políticas para lograr grandes objetivos y, con ello, grandes beneficios. Pero tampoco debemos olvidar las ventajas geoestratégicas: la entrada en el euro fortalece los vínculos políticos de los nuevos países con la Unión Europea, reforzando sus lazos en el marco de la soberanía compartida que caracteriza al club europeo.
Si aplicamos estas previsibles ventajas al último miembro del club de la moneda europea, podemos entender que el ex Primer Ministro letón señalase que el ingreso de su país al euro “refleja confianza en el euro, pese a los problemas y las especulaciones que hubo sobre una posible desintegración”. Desde la visión del ex Primer Ministro letón su integración era positiva para Letonia, en especial al facilitarle el desarrollo económico en los mercados y en cuanto a importaciones y exportaciones, así como el beneficiarse de los tipos de interés más bajos. Otra de las ventaja, según Dombrovskis, era la de poder reducir los costes de conversión del lat, antigua moneda letona, al euro, siendo Letonia una economía pequeña aunque más abierta, y teniendo en cuenta que el 70% del comercio exterior de Letonia es en euros, pudiendo así captar mayores inversiones extranjeras e inversores nacionales. Además, destacó que en caso de que se produjera una nueva crisis, la pertenencia a la Eurozona ofrecería al sector bancario letón un acceso a los fondos del Banco Central Europeo, algo que podría constituir un gran impulso para un Estado pequeño que posee numerosos depósitos extranjeros. Las ventajas geopolíticas desempeñarían también una función nada desdeñable: cuanto más fuerte sea la integración en todos los ámbitos de la Unión Europea, mayor será el retroceso de la zona de influencia de Rusia.
Y es que, si algo parece quedar claro, es que si las cosas se hacen bien, las cosas, previsiblemente, saldrán bien. Por ejemplo, si miramos los datos de Estonia, observaremos cómo su primer año en el euro terminó con una tasa de crecimiento del 8%, el mejor índice de toda la Unión Europea, a lo que sumó una reducción del paro de casi el 20% comparado con el año anterior, si bien es cierto que esas cifras de crecimiento se han estancado en los últimos meses. Pero es que ya lo dijo su Primer Ministro cuando el país adoptó el euro en 2011: “Nosotros sentimos los problemas en la Eurozona independientemente de que pertenezcamos a ella o no. Así que es mejor estar dentro y disfrutar, por tanto, de las ventajas”.
Así que pese a estar viviendo unos años difíciles, parece haber motivos suficientes para el optimismo, y seguir apostando por la Eurozona, pues no podemos olvidar que en los últimos años hemos hecho un ajuste histórico, superando trabas que ni en el mejor de los escenarios se creía posible. Hay que apostar por el retorno de la Eurozona, y darle a Europa más Europa, pero mejorando las cosas. Y es que, siendo realistas, esta crisis que estamos viviendo es, en última instancia, consecuencia del diseño incompleto de la Eurozona y del mal funcionamiento del sistema financiero creado. Todo lo demás no es sino el resultado de lo anterior (aunque sin olvidar tampoco la responsabilidad de cada país en sus propios problemas), incluyendo el despropósito de las cajas de ahorro y la explosión del déficit público. Pero, en definitiva, se trata principalmente de una crisis institucional.
Pero el problema es que existe una resistencia a completar el diseño institucional de la Eurozona porque esto afectaría a la soberanía de cada uno de los Estados miembros. Y es por ello que la Europa económica se ha convertido en un gigante que camina cojo sobre el único pilar de su política monetaria. No se trata, en definitiva, de ampliar la Eurozona con la llegada de nuevos miembros, que también. Sino que necesitamos mejorar la arquitectura y el diseño del sector financiero, y construir una verdadera política económica, fiscal y presupuestaria común. Y para ello hace falta un poder ejecutivo europeo que pueda actuar como tal, y dejar a un lado de una vez la voz independiente de los dieciocho miembros de la actual Eurozona para convertirse en una única voz que impulse el crecimiento y las mejoras, porque momentos como los que estamos viviendo no hacen otra cosa sino desacreditar a las instituciones, alimentar el euroescepticismo y mantener una política que no nos lleva a ningún sitio.
¿Podemos entonces apostar por la Eurozona? Claramente sí. Las ventajas son muchas para todos sus miembros, pero el camino es largo y aún queda mucho por hacer.
Javier González