El ambicioso plan de Juncker
La elección de Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea es un pequeño paso hacia la necesaria democratización de la UE.
Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia, cuando un parlamento directamente elegido se propone quitarle cierto poder al soberano, lo suele conseguir, y cuando lo logra, es difícil dar marcha atrás.
El Parlamento Europeo, y su presidente, el socialdemócrata Martin Schulz, han sido muy hábiles a la hora de proponer una campaña electoral basada en los Spitzenkandidaten (candidatos líderes) y se han salido con la suya. Juncker, el candidato del Partido Popular Europeo, se ha erigido como presidente gracias a los apoyos de la mayoría de los socialdemócratas, liberales y verdes, y pese a las dudas iniciales de Angela Merkel y a la férrea oposición de David Cameron, quien lo considera un federalista.
En el discurso de investidura, Juncker confirmó muchos de los temores de Cameron, aunque también le lanzó algunos guiños. El experimentado político luxemburgués, que fue una pieza clave en la creación del euro, y que desde entonces siempre ha actuado como puente entre Berlín y París, ha presentado un ambicioso programa a favor de más y no menos Europa.
Pese a intentar ocultarlos, Juncker no ha perdido sus instintos eurofederalistas. Esto es una buena noticia, porque tal como demuestra un reciente estudio conjunto del Real Instituto Elcano y Chatham House titulado How to Fix the Euro (Cómo arreglar el euro), la sostenibilidad de la unión monetaria depende en gran medida de la capacidad de avanzar hacia la unión fiscal, económica y política.
Nos complace ver cómo muchos de los objetivos de Juncker van en la misma línea que las propuestas del estudio. La Unión Europea necesita por lo menos 300.000 millones en inversiones público-privadas para reactivar su política industrial. En la era de la globalización es imprescindible crear un mercado único para la energía, los servicios digitales y los mercados de capitales. La zona euro, por su parte, no es sostenible sin un presupuesto propio. Las reformas estructurales tienen que estimularse con incentivos económicos. Hay que armonizar mejor las políticas y la eurozona necesita una representación única en los foros internacionales.
Junto a propuestas que pretenden reformar pero a su vez preservar el modelo europeo de la economía de mercado social, Juncker se propone «restaurar la confianza de los ciudadanos europeos». Este desafío pretende abordarlo mejorando la legitimidad democrática, con medidas como sustituir la Troika por una estructura que rinda cuentas al Parlamento Europeo y que se preocupe no sólo del impacto fiscal de sus políticas, sino también del impacto social. A mayores, Juncker considera esencial que la Comisión Europea y el Parlamento trabajen de manera más estrecha. Propone a su vez la obligatoriedad de un registro para los lobbies y una mayor transparencia en las negociaciones con EEUU con miras a firmar un tratado de libre comercio.
No se olvida el luxemburgués de David Cameron, para el que lanza una advertencia velada, «mi firme convencimiento es que debemos avanzar como Unión», y varios guiños, entre los que están el mayor papel de los parlamentos nacionales para reforzar el principio de subsidiariedad, y el reconocimiento de que la UE debe ser más grande y ambiciosa en cuestiones macro, y más pequeña y modesta en asuntos micro.
Una de las áreas donde sin duda la UE debe ser más ambiciosa es en política exterior, para lo que Juncker reclama que el próximo Alto Representante para Asuntos Exteriores tenga una labor más visible y efectiva. En cuanto a la adhesión de nuevos países, cierra la puerta a nuevos miembros durante los próximos cinco años, dejando en agua de borrajas las declaraciones de Merkel en la cumbre Brdo-Brijuni favorables al ingreso de los países balcánicos.
Hay cierto escepticismo con la idea de que Juncker -considerado un político gris que rehúye las masas y las cámaras- pueda cumplir su promesa de politizar la Comisión y así reforzar el método comunitario. Pero si algo demuestra la historia de la construcción europea es que la UE avanza únicamente en períodos de crisis y con liderazgos claros. Si Jean-Claude Juncker -el primer presidente de la Comisión Europea con vínculo directo con el voto de los ciudadanos, con gran experiencia y capacidad a la hora de lograr compromisos con sus rivales políticos- demuestra fortaleza y convicción en su programa político, y logra mantener su independencia del Consejo Europeo (sin amedrentarse frente a Merkel y Hollande y sin perder por el camino a los británicos), es posible que nos encontremos con la persona más indicada para que la UE siga dando pasos en la senda de una mayor democratización, paso imprescindible hacia el horizonte final de una unión política.
(*) Publicado el 31/7/2014 en Elmundo.es.
Miguel Otero Iglesias y Salvador Llaudes