El trilema serbio (I): desde dentro
“No habrá ampliación en los próximos años”, así de tajante se mostraba Jean-Claude Juncker este septiembre. Sus declaraciones contravenían las intenciones serbias.
En un panorama que surgió en 2012 con la obtención del estatus de país candidato, el año siguiente parecía ser el inicio del largo proceso de adhesión. Belgrado aceptaba el acuerdo para el diálogo con Pristina –el requisito que más demandaba la Unión Europea- y el 21 de agosto entró en vigor el Acuerdo de Estabilización y Asociación, adoptando el Consejo Europeo el Marco de Negociaciones pertinente.
Una nota de esperanza frente a las malas expectativas por las declaraciones de Juncker venía de la elección como Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la italiana Federica Mogherini, amplia conocedora de la zona y de su importancia -como demuestra su interés por encabezar las negociaciones entre Serbia y Kosovo-. Además, y en este mismo sentido, Michael Davenport, jefe de la Delegación de la Unión Europea en Serbia, declaraba el pasado 27 de octubre que “Serbia no se ha retrasado un paso en el proceso de negociaciones”.
Pero el contexto político actual invita a pensar todo lo contrario. En un momento de tensión internacional por el conflicto de Crimea, Serbia se encuentra varada entre dos aguas de tensión. Además de las relaciones entre Rusia y la UE, la oposición serbia al reconocimiento de Kosovo como país independiente y su política interior, carente en muchos aspectos de las exigencias de la Unión para la estabilidad democrática de las instituciones, conforman el trío de problemas que atisba Serbia ante la futura adhesión.
Una vez cumplidos los dos requisitos que exigía la UE para comenzar las negociaciones –la normalización en las relaciones con Kosovo y la captura de todos los criminales de guerra perseguidos por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TIPY)-, se abrieron los dos capítulos más complejos del Enlargement Package, el 23 y el 24, que versan sobre la reforma del sistema judicial y los derechos fundamentales; y sobre justicia, libertad y seguridad. Es aquí precisamente donde se sitúan las dificultades internas de Serbia para completar este proceso.
A pesar de la opinión positiva que genera el Presidente Nikolic en las altas esferas del órgano comunitario -recordemos las palabras de la anterior Alta Representante, Catherine Ashton, en octubre de este año: “gracias a Nikolic, Serbia es ahora más país”– se siguen manifestando los principales síntomas de la debilidad democrática de las instituciones. La corrupción y el crimen organizado conforman los dos principales problemas que, entrelazados, dan más quebradero de cabeza al Gobierno en sus miras hacia el futuro en la UE.
Las detenciones de Miroslav Miskovic –el hombre más rico de Serbia- y de su hijo por malversación, y el acecho judicial a figuras políticas como el ex ministro Milan Beko, parecían mostrar el inicio de un plan de acción contra este mal endémico. Sin embargo, nada de esto ha cambiado.
En un país donde ningún sector se salva de la quema (ni siquiera el de la salud), el soborno es una institución que convive con normalidad en el día a día de los ciudadanos serbios, y la irregularidad en las privatizaciones levanta las sospechas de la Unión Europea. La representación de estos signos se puede observar en el Índice de Percepción de la Corrupción, donde en 2013 Serbia ocupaba el puesto número 72, similar, por ejemplo, a su vecina Bosnia-Herzegovina. La corrupción en los entes públicos preocupa al Ejecutivo. Así lo manifestó el Presidente Nikolic en el mensaje extraordinario a la nación del 20 de junio, donde, en el contexto de las filtraciones que salieron a la luz esa semana en el que se demostraba la vinculación entre las mafias del narcotráfico y miembros de la policía, criticaba a las fuerzas del orden por su ineficacia en esta lucha.
Los beneficios del narcotráfico no hacen más que perpetuar estos hechos. Este negocio provoca efectos que no son sólo internos, sino que hace que Europa vea a diario cómo la mayor parte de la exportación de este tráfico llega a grandes ciudades como París, Londres o Milán.
La corrupción y el crimen organizado no son los únicos problemas del Gobierno de Nikolic; tampoco acompaña la situación económica del país. La renta per cápita es menos de la mitad de la media de la Unión Europea y el país sufre un déficit fiscal incompatible con los estándares de gobernanza económica que se exigen desde Bruselas. Además, el deseo de adhesión en el contexto actual -debido a la demanda de Europa de que Serbia sancione a Rusia- supondría problemas con Moscú, que sigue siendo el principal socio comercial del país.
Entre los 35 capítulos para la ampliación se encuentra también el del Derecho de las minorías. No es este el mayor inconveniente para Serbia, pero sí una asignatura pendiente. El Centro de Derechos Humanos de Belgrado anunció en su informe de 2013 que el problema de vulneración de derechos y marginación no es tanto de legislación como de ejecución, exigiendo que se tomen medidas de cooperación policial, judicial y fiscal. Sin duda, los principales afectados en esta relación son los homosexuales, víctimas habituales de agresiones. Esto ha provocado incluso la reacción del Gobierno, cancelando durante tres años el desfile anual del LGTB –Colectivo de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales- por miedo a incidentes. Sin embargo, no es la única minoría afectada. Desde el Ejecutivo se reconocen los problemas de exclusión social de la población romaní en Serbia. La dificultad para el acceso a la educación, a la sanidad y al mercado laboral son los retos que afronta el equipo de Nikolic con la ayuda de la OSCE, que desde 2012 financia un programa para fomentar la escolarización, la creación de empresas y el acceso a una vivienda digna.
No parece éste el mejor escenario para una nación, que mientras lidia con el temporal de la crisis de Crimea y la hostilidad que aún provoca la Guerra de los Balcanes, no puede olvidar que en el camino hacia Bruselas quizá sea conveniente comenzar por analizarse a sí misma.
Curro Sánchez