El trilema serbio (II): con nosotros o contra nosotros
En relaciones internacionales, y más hoy día con una globalización cada vez más extendida, se habla a menudo del concepto de spillover, el cual se basa en la idea de que un efecto secundario puede seguir a un efecto primario, aunque este esté alejado en cuanto a tiempo o distancia del evento que causó el primer efecto.
Esta noción nos puede ayudar a entender qué es lo que ha cambiado la política exterior serbia en 2014 y cuánto va a afectar esto a su voluntad de adhesión a la Unión Europea.
En marzo de este año, tras el derrocamiento del expresidente de Ucrania Viktor Yanukóvich, las autoridades de la República Autónoma de Crimea anunciaron un referéndum para la integración formal en Rusia. Esta actuación vino acompañada de la movilización de tropas rusas en la zona, lo que fue considerado una vulneración del Derecho Internacional por Estados Unidos y por la UE, conllevando la implantación de sanciones del órgano comunitario contra el Gobierno de Putin.
Las sanciones al Kremlin salieron a la luz en varios paquetes, entrando el último de ellos en vigor el 12 de septiembre. Estas versaban fundamentalmente sobre el sector petrolero y de defensa, además de restringir la financiación a medio y largo plazo a bancos nacionales con participación pública y aplicar restricciones individuales –congelación de activos y retirada de visados– contra empresarios y políticos rusos. A pesar de esto, la tensión entre Rusia y las grandes potencias occidentales sigue en alza, como se demostró el lunes en Brisbane, Australia, en la última cumbre del G20.
La UE se afanó, por lo tanto, en mantener una postura común en lo respectivo al conflicto de Crimea. Estas políticas tomadas desde Bruselas no se exigían únicamente a los países miembros, sino que se presionaba también a los países candidatos a imponer las sanciones correspondientes.
Aquí es donde Serbia pasó a ser una pieza más del tablero. Aduciendo razones históricas, el Ministro de Asuntos Exteriores del país balcánico, Aleksander Vucic, se lleva resistiendo a que Serbia imponga estas medidas a Rusia desde el comienzo de la guerra en Ucrania. Así, el 5 de mayo, Vucic declaraba que desde Belgrado se apoyaba la integridad territorial de cada país de la ONU, también de Ucrania, pero por muchas razones históricas y tradicionales se rogaba que Serbia pudiera preservar su postura algo diferente respecto a otros Estados y que no tuviera que aplicar sanciones al Kremlin.
Al cabo de los meses, y siendo la postura comunitaria por momentos más rígida, se tomaron medidas desde el Ejecutivo serbio. Estas se tradujeron en el cese de las subvenciones para la exportación de sus productos a Rusia. Vucic aprovechó esta rueda de prensa –el 22 de octubre– para aclarar que la prioridad de Serbia era su ingreso en la Unión pero a su vez afirmó que Belgrado siempre ha demostrado, y seguirá haciéndolo, su amistad con Moscú.
El componente histórico no es, como parece obvio, el único motivo por el que el Gobierno de Nikolic se resiste a la imposición del paquete de sanciones. Rusia es el primer socio comercial de Serbia –teniendo incluso un acuerdo de libre comercio que facilita sus relaciones-. Además, Serbia depende de Rusia para la mayor parte de su petróleo y el 90% de su suministro de gas natural, perteneciendo el 55% de las acciones de la mayor empresa petrolífera serbia NIS a la empresa rusa Gazprom.
Por otra parte, otro hecho ha conseguido hacer temblar los cimientos de la adhesión de Serbia a la Unión, la construcción del South Stream. El South Stream es el gasoducto propuesto para el transporte de gas natural desde Rusia por el Mar Negro, y a través de Bulgaria y Serbia hasta llegar a Europa. Ante la posibilidad de que Ucrania se apropiara de parte de los suministros que conectan por su territorio, la obra de este pipeline era la principal esperanza para la exportación rusa de su producto estrella. Sin embargo, en continuo juicio por su actuación en Crimea, la Comisión propuso a principios de junio suspender su construcción, argumentando que Gazprom se encargaba en exclusividad de la producción, transporte y comercialización del gas, actividad que no se adecuaba al marco legal comunitario por el incumplimiento de la norma del tercer paquete energético. Desde Moscú, el Ministro de Asuntos Exteriores ruso Serguei Lavrov demandaba que se dejara de politizar la construcción del gasoducto y que la Comisión tuviera en cuenta los intereses de sus ciudadanos y sus empresas.
Entendiendo esta intención de bloqueo solamente desde la perspectiva de la Comisión y no desde la de los Estados Miembros, Serbia mantiene su disposición a construir el South Stream sobre su territorio, intentando cumplir con el calendario previsto de preparativos.
En este vaivén desenfrenado en el que se mueve el país balcánico desde febrero de este año, el 16 de octubre supuso otra fecha clave en la agenda geopolítica. Ese día, en la conmemoración de la liberación de Belgrado de la ocupación nazi, Serbia recibía con los más altos honores al Presidente Putin y le premiaba con su mayor condecoración, la Orden de la República Serbia de la Gran Cadena. Esta visita no respondía únicamente a efectos puramente simbólicos desde el Kremlin. Los Gobiernos de ambos países firmaron siete acuerdos bilaterales que levantaron la suspicacia de la Unión. Además, la imagen proyectada en la capital era reflejo de la simbiosis histórica de estos dos Estados, unidos en el pasado, cercanos en el presente y condenados a entenderse en el futuro.
Así llega el país balcánico al día de hoy, jugando a la dualidad y con un conflicto de roles, negándose a expulsar a Rusia de su vida política y pregonando al mismo tiempo la intención de seguir la dinámica de Bruselas, quien por su parte, parece decirle “o con nosotros o contra nosotros”. Sólo el devenir podrá resolver este dilema que, de momento, aleja aún más a Serbia de la Unión Europea.
Curro Sánchez