A pesar de llevar menos de un año en el cargo, el inicio del papado de Francisco no ha dejado a nadie indiferente. Si bien la mayoría de los fieles están contentos con los nuevos aires de cambio que lleva consigo, el papa Francisco ha levantado grandes suspicacias dentro del ala más conservadora de la Iglesia Católica como consecuencia de sus gestos de ruptura y sus intenciones de renovar el seno de la Iglesia. Pero, ¿estamos ante un simple cambio de actitud, o realmente ante el inicio de un profundo cambio en la Iglesia?

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Fuente: ABC

Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, fue elegido sucesor de Benedicto XVI el 13 de marzo de 2013, siendo el primer Papa de procedencia americana, y el primero no europeo desde el año 741, año del fallecimiento de Gregorio III, de origen sirio. Además, es el primer Papa perteneciente a la Compañía de Jesús, y tomó el nombre pontifical de Francisco en honor a San Francisco de Asís, fundador de la Orden Franciscana y caracterizado por su entrega a los pobres y por su humildad extrema. Al explicar el porqué de su opción por el nombre de Francisco de Asís, afirmó que “para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la Creación”, declarando posteriormente que le gustaría “una Iglesia pobre y para los pobres”. Sin duda, toda una declaración de intenciones.

Igualmente, ya en sus primeras apariciones mostró gestos simbólicos que demostraban de qué manera quería llevar a cabo su pontificado. Así, por ejemplo, nada más ser elegido como Sumo Pontífice, salió al balcón a saludar a los fieles sin las pomposas y tradicionales muceta roja y estola carmesí, y se negó a subir al cajón dispuesto junto a la barandilla para no destacar entre el resto de los cardenales. Igualmente, ha preferido continuar viviendo en la residencia de Santa Marta en lugar de hacerlo, como han hecho sus predecesores, en los apartamentos pontificios, demostrando, una vez más, la coherencia con su discurso de austeridad.

Todo ello hace que sus ideas estén empezando a conectar con muchos fieles (y también no fieles) porque, aunque Francisco no es el primer Papa que denuncia la pobreza (“no se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”), las injusticias del sistema económico imperante (“el actual sistema económico nos está llevando a la tragedia”), el maltrato al medio ambiente (muy sonadas fueron sus imágenes en las que lucía una camiseta contra el fracking, una técnica de extracción de gas y petróleo mediante agua a presión con sustancias químicas) o la barbarie de la guerra, la novedad está en que, esta vez, el mensaje parece llegar al pueblo pues, en Francisco, al menos de momento, se ven signos menos conservadores, no sólo en lo social, sino también en lo moral. El Papa no tiene problema alguno en confesar sus defectos en público (“reaccionaba sin escuchar”, “actuaba autoritariamente”, “me faltaba experiencia y era precipitado en mis juicios y acciones”), en definirse políticamente (“jamás he sido de derechas”) y, sobre todo, no duda en decir lo que piensa ni elude los temas más escabrosos para la jerarquía eclesiástica. Defiende públicamente el pacifismo, tal y como demostró al oponerse a una intervención militar en Siria al afirmar que “demasiados intereses han prevalecido desde que comenzó el conflicto, impidiendo encontrar una solución que evitase la inútil masacre a la que estamos asistiendo”, pidiendo a los países del G20 que evitasen soluciones militares al conflicto.

Y es que su mensaje rupturista y reformista empieza a mostrarse en todo su esplendor. El Papa está reformando las actividades del Banco Vaticano, ha aprobado nuevas normas para impedir el blanqueo de dinero, ha creado una oficina para vigilar las finanzas del Vaticano (medidas que incluso lo han puesto en el punto de mira de la mafia italiana), ha nombrado un grupo de ocho cardenales para que le aconsejen en cuestiones financieras y revisen la curia, y ha aprobado una reforma del código penal de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano que contempla, entre otras cosas, la introducción del delito de tortura y una amplia y mayor definición de los delitos contra menores, entre ellos la pornografía infantil y el abuso de menores. También ha afirmado que “los sacerdotes tienen que ser pastores con olor a oveja, y no gestores”, asegura que “un cristiano no es cristiano si no es revolucionario”, carga contra los “cristianos corruptos que dan a la Iglesia y roban al Estado” afirmando que “son el Anticristo”, reclama la necesidad de “ir a la periferia a ayudar a los olvidados”, y pide a la Guardia Suiza menos seguridad para tener más relación directa con las personas.

En definitiva, estos gestos hacen que este Papa se muestre mucho más flexible que sus antecesores, además de humilde, sencillo y cercano. “Yo soy un pecador. Esta es la definición más exacta. Y no se trata de un modo de hablar o un género literario. Soy un pecador”, dijo el Papa en la entrevista concedida a la revista Civiltà Cattolica el pasado mes de septiembre. En otra publicada el 1 de octubre de 2013 en el diario La Repubblica, el pontífice arremete contra la curia romana, el gobierno de la Iglesia (“tiene un defecto: es Vaticano-Céntrica. Ve y se ocupa de los intereses del Vaticano y olvida el mundo que le rodea. No comparto esta visión y haré de todo para cambiarlo”) y contra el panorama político (“pienso que el liberalismo salvaje convierte a los fuertes en más fuertes, a los débiles en más débiles y a los excluidos en más excluidos. Se necesitan normas de comportamiento y también, si fuera necesario, la intervención directa del Estado para corregir las desigualdades más intolerables”).

Como muestra de su aperturismo, ante la celebración en octubre de 2014 de un sínodo extraordinario sobre la familia, el Papa Francisco ha pedido a las conferencias episcopales que distribuyan un cuestionario, con el objetivo de conocer las preocupaciones principales de la ciudadanía. En él, se pregunta a los católicos sobre temas teóricamente tabúes: el matrimonio homosexual y los niños adoptados por estas parejas, el divorcio, el aborto, los anticonceptivos, etc. En su objetivo reformista, Francisco quiere dar un paso más “para abrir nuevos caminos y que la Iglesia sea capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta” pues, según afirma, por poner un ejemplo, “si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. No es posible una injerencia espiritual en la vida personal”. Respecto al papel de la mujer en los órganos de decisión de la Iglesia, Francisco se ha mostrado partidario de afrontar también ese tema: “Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva. La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. En los lugares donde se toman las decisiones importantes, es necesario el genio femenino”.

Por tanto, y aunque quizás aún es pronto para saber hasta dónde llegará realmente su agenda reformista y sus buenas intenciones, y siendo muchos los retos que todavía tiene por delante, parece haber motivos para creer en una Iglesia más adaptada a los tiempos que corren. Así, desde el primer momento en que Francisco se asomó al balcón del Vaticano como Papa, sus gestos y acciones llevan a pensar en cambios significativos en la estructura y la labor de la Iglesia católica. Pero el papa Francisco ha levantado tantos elogios como dudas y desconfianzas dentro de la curia pontificia y en la opinión pública. Puede que estemos sólo ante un lavado de cara para atraer más fieles a sus filas o que, realmente, se trate de un cambio de rumbo en la Iglesia. Habrá tiempo para verlo.

Javier González